Seguro que el señor Bismarck tendría sus buenas razones para pensar eso, pero a mí me parece que todavía se miente más una vez ganadas las elecciones. Porque una cosa son las promesas utópicas que luego se lleva el viento de la realidad, y otra el engaño y la ocultación de la verdad a sabiendas.
Yo cuando más suelo mentir es cuando me regalan un libro que no me gusta. Por ejemplo, hace poco me regalaron -eso sí, con toda la buena fe del mundo- El Alquimista. Y yo qué hago, ¿aceptarlo con una sonrisa despectiva o arrojarlo a la cara del que pretende insultar mi refinado gusto? Evidentemente no, sonrío de forma hipócrita y por si esto no fuera suficientemente humillante, manifiesto estar encantado de que me regalen precisamente ESE LIBRO que tanto ansiaba leer y luego, una vez llegado a casa, me debato entre la imposibilidad de pasar de la primera página de lo malo que es y la necesidad de sacar algo bueno de todo eso para hacerles un comentario de agradecimiento cuando los vuelva a ver.
¿Estaré fundando mis relaciones sobre una base carcomida por la más abyecta de las hipocresías o hago bien no abriendoles de una vez los ojos a mis bienintencionados amigos y pintándoles un mundo de agradecimientos de color de rosa? No lo sé, pero por Dios que no me regalen otro libro de Pablo Conejo.
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